Día Internacional del Ambiente 2020: sobre llovido, pandemia

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Por Julián D’Angelo. Coordinador Ejecutivo Centro de Responsabilidad Social Empresaria y Capital Social (UBA)

El Día Mundial del Ambiente es, sin dudas, la fecha más importante en el calendario oficial de las Naciones Unidas para fomentar la acción ambiental, desde hace ya 46 años, y el tema elegido para 2020 había sido la biodiversidad.

Este año, tenía además un significado muy valioso desde lo práctico y lo simbólico, ya que, las Naciones Unidas, habían declarado que, en 2020, debía comenzar la década de Acción para los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Se esperaba que 2020, además de ser el año de la puesta en pleno funcionamiento el Acuerdo del Clima de París, marcara el inicio de diez años trascendentales para alcanzar las metas planteadas para 2030.

El año 2019 había marcado un nuevo récord en las temperaturas del globo, las concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera habían alcanzado un nuevo pico y las emisiones de estos gases de efecto invernadero seguían en ascenso. La temperatura media mundial era, a finales del año pasado, aproximadamente un grado superior a la línea de base preindustrial y los desastres climáticos y geofísicos se habían cobrado la vida de unos 1,3 millones de personas en los últimos veinte años.

En este escenario, la joven sueca Greta Thunberg, inspiradora del movimiento Fridays for future, se había transformado en la máxima referente en el mundo de la lucha contra la crisis climática y había sido elegida una de las diez personas más importantes en la Ciencia por la Revista Nature.

Pero de repente, la tragedia brutal de la pandemia Covid-19 corrió fuertemente del centro de la agenda pública todos estos debates que tanto había costado instalar.

Incluso algunos celebraron inconscientemente la aparente buena noticia de que la naturaleza se recuperaba, al ritmo de la reducción de la producción industrial y el consumo, como consecuencia de las medidas adoptadas por los gobiernos para frenar la transmisión de la enfermedad.

Puede ser cierto que las emisiones de dióxido de carbono lleguen a caer este año más de un 5% interanual, lo que sería la primera caída desde la reducción registrada producto de la crisis económica mundial de 2008. Pero es una caída que, de ninguna manera podrá ser sostenible, y que es producto del coronacrash económico que, de la mano de una caída histórica de la producción industrial y del comercio mundial, está generando un brutal crecimiento del desempleo a nivel global, y que, por otro lado, incluso es insuficiente en términos de impacto ambiental.

Según cálculos del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, se necesita una reducción de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero de, al menos, un 7,6 % cada año durante la próxima década, para cumplir con las metas del Acuerdo de Clima de París. Esto nos muestra claramente el tamaño del esfuerzo que debemos realizar en materia de generación de energías limpias y renovables y de reconversión productiva, para poder cumplir las metas de no pasar los 2° de suba de la temperatura promedio con relación a la época pre revolución industrial.

Y si el resultado de la última cumbre ambiental, la COP 25, fue catalogada de decepcionante, imagínense como estarán en este momento las cosas, cuando la COP 26 a celebrarse en Glasgow, Escocia, acaba de ser postergada un año, hasta noviembre de 2021.

La COP 25 solo consiguió que 84 países se comprometieran a presentar planes más exigentes en la cumbre de Glasgow. Pero dentro de este compromiso ni siquiera estaban Estados Unidos, China, India y Rusia, que juntos suman el 55% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero.

Y por otro lado, también desde el sector corporativo, se anticipaba que menos de la quinta parte de las empresas más grandes del mundo alcanzarían los objetivos del Acuerdo del Clima de París.

Hoy la prioridad en el mundo científico y las políticas públicas, inevitablemente pasa por la búsqueda de los tratamientos más efectivos y la vacuna que nos proteja de la Covid-19.

Pero es precisamente ante esta prioridad urgente, que los líderes públicos, sociales y corporativos tienen la obligación de no olvidarse de las otras “prioridades”, por ejemplo, la ambiental, que, si se sigue “pateando” para adelante, se corre el serio riesgo de que, en algún momento, ya no haya un “delante”.