Los humanos nos enfrentamos a enormes desafíos. La crisis climática ya es evidente y requiere cambios urgentes en nuestros modos de organización social. Como si esto fuera poco, la actual pandemia expone como pocas veces antes las desigualdades globales y la interdependencia entre los diferentes grupos humanos, los otros seres que habitan la tierra y el planeta como territorio compartido. El posicionamiento ético desde el cual tomemos nuestras decisiones económicas y políticas en los próximos años va a ser trascendental para el futuro de nuestra especie, sus comunidades y sus ecosistemas. Está claro que para poder abordar estos desafíos en forma satisfactoria vamos a tener que colaborar tanto a nivel de nuestras propias comunidades cercanas como a escala global
Es por eso que necesitamos una educación en la que los niños y jóvenes puedan aprender a convivir y colaborar con quienes son diferentes y piensan distinto, en pos de cuidar al planeta como una casa compartida que es responsabilidad de todos. Por supuesto que estos temas ya figuran como ejes importantes en nuestras declaraciones oficiales acerca de lo que queremos de la educación. Uno de los problemas, es que la convivencia y la sustentabilidad aparecen entre muchos otros objetivos y no tienen la centralidad que deberían tener. ¿Podríamos organizar un currículum escolar a partir de estos dos grandes objetivos? Al menos creo que valdría la pena debatirlo seriamente como parte de los cambios que puede traer la tan mentada “nueva normalidad”.
El otro problema, en el que me gustaría centrarme aquí, es cómo abordamos estos temas en las escuelas. Para poder entender la complejidad de los desafíos que enfrentamos como especie necesitamos entender la interdependencia y las conexiones. Sin embargo, nuestros estudiantes viven experiencias escolares fragmentadas, más visibles en la secundaria, donde cada hora desfila por el aula un docente diferente, cada uno abordando los temas y metodologías de sus disciplinas que parecen no tener mucho que decirse la una a la otra. Las disciplinas fueron creadas por los científicos para dividir el mundo en esferas más pequeñas, domesticando así su complejidad para poder entenderlo mejor. La organización escolar siguió esa lógica con gran éxito por mucho tiempo. Pero si hoy queremos entender la pandemia o la crisis climática, la propia división entre ciencias naturales y sociales se convierte en un obstáculo. Se trata de fenómenos que son tan sociales como naturales o, más bien, que hacen ostensibles las limitaciones de esa división arbitraria. Así, los temas más relevantes para el futuro de la humanidad tienen serias dificultades para poder integrarse en la rígida cuadrícula escolar y cuando entran, en general se los fuerza a la mirada aislada de tal o cual disciplina.
Además de repensar la organización curricular, necesitamos revisar cómo enseñamos sobre cuestiones éticas en las escuelas. Nuestros estudiantes ya son ciudadanos y ciudadanas que conviven con otros y toman decisiones éticas en un mundo cada día más interconectado. En vez de enseñarles principios éticos en forma de largas listas abstractas de derechos y obligaciones, tal vez podríamos usar sus propias experiencias como punto de partida para ofrecerles una formación ética bien práctica. Una formación ética que les dé insumos para la reflexión sobre las consecuencias de sus acciones cotidianas. Se podría empezar con una reflexión sobre cuestiones tan simples como los bienes materiales y simbólicos que consumimos. Preguntarnos cómo los modos en que se producen y distribuyen impactan en el ambiente y en las desigualdades a nivel global y qué otras alternativas tenemos. De este modo, se haría visible cómo nuestras acciones y decisiones afectan a otras personas lejanas, y a otros seres vivos y a la tierra como ecosistema.
Así, desde nuestras experiencias cotidianas podríamos llegar a estudiar los grandes desafíos de la humanidad y promover debates sobre la responsabilidad moral que cada uno de nosotros tenemos en forma individual y colectiva, como comunidad. Se trata de temas controversiales, que no tiene soluciones simples. Seguramente nos encontraremos con estudiantes que tengan visiones encontradas y se pueden dar debates fuertes. Bienvenido sea. Aprender a conversar, colaborar y deliberar éticamente con otros que piensan distinto es una de las capacidades clave que necesitamos si queremos construir un mundo más justo, más seguro y más sustentable para las próximas generaciones.